Acostarte con tus hijos hasta que se queden dormidos... SI, te digo porqué.
Antes de que te des cuenta, vivirás con puertas cerradas y toda conversación será acerca de su independencia… ya no necesitarán más tu calor o sentir tu compañía para quedarse dormidos.
Acostarte con tus hijos hasta que se queden dormidos… no es un mal hábito y te digo porqué…
Muchas noches, muchas, empezamos el ritual de acostar a los niños desde las 7:00 p.m., o un poco antes, por muchas razones: para que duerman suficiente, para tener un rato de la noche solo para mi, para que si algo se atora no se acuesten tan tarde y sobre todo porque invariablemente alguno o todos, piden que nos acostemos (su papá o yo), con ellos hasta que se queden dormidos y son 4.
Entre las 7:45 a las 9:00 p.m., van cayendo por edades quedándose dormidos. Cuando me refiero al ritual de acostarlos quiero decir que toma cualquier cantidad de situaciones (todos los días) entre el momento de decir “a dormir” y el momento en que se quedan dormidos… No todos los días pero sí muchos, el ritual incluye el: “me lees un cuento”, “tengo hambre”, “tengo sed”, “se me olvidó hacer pipí”, “te quiero contar algo”, “solo te quiero decir una cosa y ya…” y además, ya se bañaron, ya cenaron, ya tomaron agua, ya fueron al baño, ya se lavaron los dientes… y tienen ese olor y temperatura irresistibles de los niños antes de dormir.
A esas mismas horas me esperan los pendientes cotidianos, los que nunca se agotan aunque los hagas siempre: la ropa por guardar, los trastes que lavar, los zapatos que recolectar, la ropa sucia que levantar…, y yo también muchas veces tengo hambre, sed o SUEÑO… y aún y todo elijo ceder a la divina petición de “mamá, te acuestas un ratito conmigo”… ese ratito a veces son 10 minutos, a veces son horas y cuando no me lo piden lo extraño, o es porque dormimos todos juntos porque papá está de viaje.
Las noches representan un verdadero momento de conexión para nosotros, hablamos de lo importante, hay besos y abrazos y cansancio y quejas, unos lloran, otros ríen, es el momento en el que somos muy reales… una pausa en el trajín cotidiano incluso para jugar un tiempo justo antes de meterse a la cama… ese instante que devuelve a los niños a la vida como si fueran las 8 de la mañana.
Antes de ser mamá creía que los niños que se dormían solos y por su cuenta eran maduros e independientes, que dormir con la luz apagada los dejaba descansar y que los adultos no deberían vivir al ritmo de los niños. Me disculpo. Era yo una ignorante. No entendía nada, porque no sabía nada.
Ahora estoy en otro lugar, en otro momento. En el tiempo de comprender que mis hijos me necesitan no por inmaduros, no por dependientes (o sí), pero principalmente porque yo o su papá somos su tierra firme, sus dos certezas como ellos son las nuestras. Arrullar a un bebé en brazos es instintivo, es natural, confortar a un niño pequeño también, porqué no lo sería si se trata de un niño mayor o hasta de un adolescente. Y es que ¿quién dicta las reglas de etiqueta para amar a los hijos?, ¿Qué es realmente un mal hábito cuando se trata de sentirnos amados y seguros cuando somos niños?
Ojo, que ni siquiera me estoy refiriendo al colecho (que personalmente practico), me refiero al instinto de acudir a las necesidades emocionales de nuestros hijos y a las propias, porque es verdad: ¿Cuántas veces soy yo la que necesita que ellos estén a mi lado para quedarme dormida?, y sí, el mundo se detiene, no reviso redes sociales, ni hablo por teléfon, ni recojo ropa, ni le doy de comer al gato, no hago mi cena y tampoco escribo mi blog… NO, solo me acuesto con ellos, con uno, con dos, a veces con cuatro… me dejo contagiar por su respiración pausada, por su vida simple y contenta, me dejo llevar y me fundo con su temperatura y a veces me gusta oler su cabello recién lavado o acariciar sus piecitos desnudos…
Sí, se están acostumbrando a mi, a su papá ¿Y?… y nada, que somos eso, una manada. Que antes de lo que yo quisiera serán mas y mas grandes e irán marcando su distancia y un día tal vez no haya espacio para mi en su cama, un día tal vez yo sea libre de hacer con mi tiempo lo que se me dé la gana o quizá esas puertas que hoy no sirven para nada porque están abiertas, quizá esas puertas se vayan cerrando por largos periodos porque ellos irán cayendo en la cuenta de que son grandes y maduros…
No quiero convencer a nadie de que haga lo que yo hago, solo quiero compartirles porqué no nos parece un mal hábito acostarnos con ellos hasta que se queden dormidos, sobre todo cuando algunas personas opinan que lo es. Para mí, dedicar ese momento o esas horas a compartir el sueño significa vincularnos de manera segura, constante, presente…, estamos en la misma casa pero no hay eso de que cada quien a su cuarto, es nuestra casa y son nuestras camas y somos familia y nos necesitamos y sobre todo, nos aprovechamos. Es cierto también que esa costumbre me regresa a casa, porque muchas veces renuncio al momento “nocturno” de salir un rato (al fin que están dormidos), y lo renuncio feliz porque quiero ese momento con ellos, porque cada noche es una menos, no porque sea fatalista, sino porque los niños crecen a la velocidad de la luz y su infancia no se repone, no regresa, no se compensa.
Quiero creer que esta costumbre los hace sentir amados, contenidos y acompañados, que lo van a recordar cuando sean mayores y que eso los hará ser mejores padres para sus hijos, porque ellos mismos sabrán de levantarse sin susto, sin tener que caminar un pasillo en la obscuridad o de tener miedo por la sombra de un juguete… ellos sabrán en cambio de sentir el olor y el calor de papá o de mamá, de la texturas de nuestras manos, pies o piernas, de abrir los ojos y confirmar que estamos ahí y que ellos pueden simplemente dormir sin miedo alguno. Y es posible que te desesperes, que añores dormir de una en tu cama sin compañía, o que simplemente desees que se despidan, den las buenas noches y que duerman hasta la mañana siguiente sin pedir nada, pero esto también pasará y lo vas a extrañar.
Karla Lara
@KarlaDoula
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