Cuando papá no está: sanar las heridas del padre ausente

Cuando papá no está: sanar las heridas del padre ausente

Todos sabemos lo complejo que puede llegar a ser definir el término familia, una de las figuras más complejas y que se dan con mayor frecuencia es la del “padre ausente”.

Las familias cada vez son mas diversas en su composición y no hay una regla para definir el término familia pues por diferentes razones a veces integramos en ella a quienes comparten nuestra misma sangre, pero también a quienes hemos elegido libremente y con quien construimos vínculos afectivos positivos y significativos. Sin embrago, de manera tradicional, muchas veces la familia primaria la componen papá y mamá y la ausencia del padre tiene consecuencias.

El padre ausente sigue siendo un común denominador en muchas familias, sea porque no existe o porque a pesar de su existencia su involucramiento o presencia en la familia, es acomodaticio, muy poco participativo o nulo…

El padre ausente no es sólo el vacío físico de una figura que no tuvimos o que se perdió por razones diversas, es también alguien que a “aún estando” no supo o no quiso ejercer su rol. Es una ausencia psicológica capaz de originar en el niño diversas heridas emocionales.

Este vació emocional no es característico ni en exclusiva de la figura paterna, también puede darse en la madre, sin embargo, es muy frecuente que a la hora de hablar de ese tipo de educación dañina, capaz de dejar huellas madurativas, la figura del padre ausente sea muy común. 

Crecer sin padre, sin madre o sin una figura relevante en nuestra infancia debido a un hecho traumático es algo que siempre arrastraremos, y que deja cicatrices internas que intentamos sobrellevar.

Sin embargo, el hecho de crecer junto a una figura paterna que a pesar de estar, es incapaz de aportar plenitud, cariño o reconocimiento, deja corrientes de vacío en el corazón de un niño que está aprendiendo a construir su mundo.

Hay quien comenta que el peso de la crianza, del cuidado y la educación, recae en la figura materna. No vamos a negar su importancia a la hora de crear ese vínculo o apego saludable. El padre es importante, y eso es algo que nadie puede negar; pero… ¿Qué ocurre cuando en el seno familiar existe un padre ausente que no establece vínculo alguno con sus hijos o que lo hace sin ritmo, ni compromiso?

El cerebro de un niño es un ávido procesador de estímulos, y en su día a día, necesita ante todo refuerzos positivos para poder crecer de forma madura y segura. Un padre ausente genera incongruencias, vacíos y dificultad de trato. El niño espera afectos, comunicación, y  una interacción diaria con la cual, abrirse al mundo también a través de su padre. Sin embargo, solo encuentra muros.

Un trato vacío y esquivo genera ansiedad en los niños, no saben “a qué atenerse”, desarrollan expectativas que no se cumplen, y tienden además, a comparar “padres ajenos” a los que ellos tienen en casa. Saben que los padres de sus amigos actúan de modo diferente a lo suyos.

La figura de un padre ausente genera en la etapa adulta un desapego afectivo que nos hace ser más inseguros a la hora de establecer determinadas relaciones. Podemos llegar a ser desconfiados. La idea de proyectar una alta carga afectiva en alguien, nos produce miedo, tememos ser traicionados, o no reconocidos. O peor aún, ignorados.

A medida que nos hacemos mayores, es muy posible que nos demos cuenta de muchas más cosas. Reconocemos el esfuerzo que hizo nuestra madre por suplir las carencias de nuestro padre, y de cómo, más de una vez, quizás lo disculpó con frases como… “Ya sabes cómo es tu padre”, “No hagas esas cosas que ya sabes que a tu padre no le van”, “Es que tú no lo entiendes…” A medida que maduramos, nuestros ojos se abren al mundo y ya saben leer entre líneas. Los gigantes se vuelven enanos porque ya conocemos sus secretos. Sin embargo, una parte de nosotros sigue siendo vulnerable a ese pasado.

Al crecer, el vacío del padre ausente sigue ahí, y no importa si en el presente sigues manteniendo trato con él, o si ya lo perdiste, o si callas en las reuniones familiares y finges como si el pasado nunca hubiera existido.

Ahora bien ¿Justifica esto lo que nos hizo? ¿El vacío emocional que nos dejó? En absoluto, pero la comprensión, en ocasiones, nos ayuda a ajustar la realidad, a evitar almacenar más emociones negativas.

Sabes que has crecido y madurado con muchos vacíos a causa de ese tipo de educación, y de esas carencias afectivas. Sin embargo, siempre llega un momento en que deberíamos cortar el vínculo con el sufrimiento de ayer, para sanar las heridas en este presente.

Si no tuviste a tu padre, lo más probable es que tu figura de apego más saludable y significativa fueran otros: tu madre, tus abuelos o incluso tus amigos o parejas a medida que crecías. Ellos quienes se alzaron como tus pilares en el día a día.

Un padre no es sólo el que da la vida, un padre es aquel que está presente, que acoge, atiende y guía en seguridad construyendo cada día un sendero de instantes significativos en la vida de un niño.

Fuente y desarrollo: Lamenteesmaravillosa / Valeria Sabater

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