Niños mimados = adultos débiles... la generación sin carácter
El carácter es importante en una persona, ya que si sobreprotegemos a nuestros hijos y hacemos que sean dependientes de nosotros, podríamos estar criando niños blanditos.
En el afán de cuidar y proteger a nuestros niños llega esta tendencia de la “hiper paternidad” en la que se confunde el amor con la sobreprotección y los padres acaban resolviendo todo por sus hijos: llevar la mochila del niño hasta la puerta del colegio + padres que piden que no se premie a los mejores de la clase porque los demás pueden traumatizarse + padres que le hacen las tareas a los niños que previamente han consultado en los grupos de WhatsApp = niños blanditos, sin carácter, en el medio de todo, hiper protegidos y poco resolutivos.
De acuerdo con Eva Millet, la autora de Hiperpaternidad (Ed. Plataforma), que ya hay niños que, al caerse, no se levantan: esperan esa mano siempre atenta que los ayudará a ponerse de pie. Esto no es una nueva pedagogía. No es una nueva educación, se trata de la preocupación de retomar la formación del carácter.
El carácter se entiende como echarle valor, coraje, actuar en consecuencia cuando se sabe lo que está bien o está mal, no limitarse a indignarse. Educar el carácter es animar a los niños a dar un paso, a ser ejemplo, a que sus valores pasen a la acción. Si están acosando a un niño, no callarse y protegerle. Decir no a la presión del grupo. El carácter ha vuelto cuando se ha sido consciente de que podríamos estar criando a una oleada de niños demasiado blanditos, que se convierten en estos jóvenes y adultos víctimas de las circunstancias y llenos de pretextos para no hacer las cosas.
Estos niños blanditos son los hijos de padres que se presentan a las revisiones de exámenes de sus hijos para criticar al maestro y exigir una mejor calificación, que abuchean a los árbitros en los partidos y que fomentan conductas de consentimiento excesivo en sus hijos.
«Yo he tenido a un chaval de 19 años que se me ha echado a llorar porque le suspendí un examen», cuenta Elvira Roca, profesora de instituto. «Le dije que no me diera el espectáculo. Vino su madre a verme y me dijo que había humillado a su hijo. Le tuve que decir que estaba siendo ella quien le humillaba a él».
Nicky Morgan era ministra británica de Educación con David Cameron e hizo bandera de la educación del carácter. «Para mí, los rasgos del carácter son esas cualidades que nos engrandecen como personas: la resistencia, la habilidad para trabajar con otros, enseñar humildad mientras se disfruta del éxito y capacidad de recuperación en el fracaso».
El secreto está en mostrar a los niños que a toda acción corresponde una reacción, así de simple: que todo tiene efectos o consecuencias y que el carácter es asumirlas. Que los niños deben tener valores emocionales que construyan relaciones genuinas con sus pares: solidaridad, empatía, justicia, tolerancia, equidad, honestidad, pero también tomar acciones en su favor para su propio desarrollo como trabajar en equipo, cumplir sus deberes, participar en familia, cuidar sus pertenencias y las de los demás, contribuir desde su sitio a su entorno.
El carácter es importante en una persona, ya que si sobre protegemos a nuestros hijos y hacemos que sean dependientes de nosotros, podríamos estar criando niños blanditospara que no se dejen humillar y puedan disfrutar del éxito y la capacidad de poder trabajar en equipo con responsabilidad y humildad.
Alfonso Aguiló escribió Educar el carácter (Ed. Palabra) hace 25 años. No ha parado de reeditarse y traducirse desde entonces:
«Tener buen carácter no significa estar todos cortados por el mismo patrón. Pero estoy seguro que casi todos nos pondríamos de acuerdo en que ser honrado, trabajador, generoso, justo, leal, empático, valiente, austero, recio y organizado son buenas cualidades». ¿Cómo se educa el carácter? No desde la teoría, desde luego. «La educación en valores es algo abstracto. Las virtudes son los valores integrados en la persona», explica.
Este veterano profesor confirma que tenemos ahora a generaciones de niños blanditos y no se escandaliza: «Son ciclos normales del desarrollo de una sociedad. Cuando una familia quiere que sus hijos no pasen las dificultades por las que sí pasaron ellos la sociedad se vuelve más cómoda, blanda, menos esforzada. Pasa también con los países». Según Aguiló, la educación del carácter no tiene que ver con el dinero y sí con el capital cultural de las familias, con el modo de transmitir cómo afrontar la vida: «He conocido a madres que limpiaban escaleras para que sus hijos llevaran unas zapatillas de marca y a gente de dinero que también los mimaba mucho».
En EEUU, la cadena de colegios KIPP, con tasas de éxito académico inéditas en las zonas donde se instalan, insisten en la educación del carácter como indispensable: «Trabaja duro. Sé amable», han resumido en los carteles enormes que decoran sus centros. En ese país, Angela Duckworth se ha convertido en la gurú del estudio de la personalidad. Tiene un laboratorio donde analiza qué rasgos hacen que los niños tengan éxito de mayores. Está tan ocupada que no da entrevistas, dice su equipo. Siempre cuenta que, pese a las buenas notas, su padre le decía que no se creyera especial. «La tendencia a mantener el interés y el esfuerzo para conseguir metas a largo plazo», la fuerza de voluntad, es el rasgo que, según Grit, su reciente best seller sobre el poder de la perseverancia, define a las personas con éxito. Ha trabajado en barrios marginales y ha estado en West Point, la academia militar de EEUU, analizando cómo eran los 1.200 cadetes que pasaban las durísimas pruebas iniciales. Niños a los que no levantaron del suelo cuando podían ellos solos…
Vamos poniendo atención: ¿cuándo rescatamos a nuestros hijos, sequé situaciones, porqué razones…?, cuando les compramos o prometeos algo… ¿Cuál es la razón atrás de esa promesa u ofrecimiento? ¿es por ellos o por nosotros?, ¿qué les suma?, ¿se esfuerzan lo suficiente?… es nuestra responsabilidad.
Fuente: Berta G. de Vega – El Mundo, 11 de enero de 2017.