El abuso infantil tiene graves consecuencias en la estructuración del cerebro
El abuso también puede ejercerse a través de la ausencia de contacto; a través de palabras hirientes, constantes críticas, insultos o simplemente la famosa “ley de hielo”.
El abuso infantil tiene consecuencias.
En alguna ocasión hemos escuchado que es una suerte que el más pequeño no recuerde algún trauma debido a su corta edad (porque, claro, “los bebés no recuerdan nada en lo absoluto…”). Ya sea la muerte de alguien cercano, la estancia prolongada en una incubadora, diferentes tipos de abuso, desastre natural, etcétera. Sin embargo, ¿qué pasa si el futuro de una persona depende únicamente de esta experiencia traumática durante estos primeros años de vida?
Primero que nada es importante definir qué significa “trauma”, ya que éste es un término asociado normalmente con algún golpe en el cuerpo. El psicotrauma es la experiencia de un abuso físico, emocional, sexual o negligencia, el cual puede categorizarse entre agudo, de una sola exposición, o crónico, de una larga y frecuente exposición. En esta dinámica existen tres papeles principales: el de la víctima, quien recibe el abuso y experimenta el riesgo y la indefensión como las principales sensaciones de supervivencia; el del victimario, quien ejerce esta serie de actitudes, conductas, sentimientos y creencias sobre una o varias personas; y el testigo silencioso, quien está consciente del abuso pero no realiza ninguna acción para prevenirlo ni pararlo.
En la mayoría de las ocasiones cuando pensamos en abuso, nos viene a la mente alguien atacando o siendo atacado a través de golpes físicos. No obstante, el abuso también puede ejercerse a través de la ausencia de contacto; por ejemplo, a través de palabras hirientes, constantes críticas, insultos o simplemente la famosa “ley de hielo”. Inclusive, el poco contacto físico también puede dejar una sensación de abandono, el cual también es una manifestación de abuso.
Cabe mencionarse que el abuso no siempre es intencional, que no siempre se busca conseguir el poder sobre alguien más, que no siempre es para sacar provecho o placer. Por ello es importante considerar los matices del abuso. Hay ocasiones en que los efectos pueden parecer similares, pero las circunstancias no implican realmente un abuso. Como por ejemplo, cuando un recién nacido no puede estar en los brazos de su madre debido a un duelo cercano o la necesidad de estar en una incubadora.
Las consecuencias de un trauma pueden experimentarse a través de alteraciones conductuales, emocionales y neurobiológicas. De hecho, un trauma crónico (constante y frecuente) es capaz de alterar permanentemente los circuitos cerebrales que procesan las respuestas del temo, provocando reacciones emocionales muy volubles y exageradas. Mattew Malter Cohen, investigador de la Facultad de Medicina Weill Corner (EE.UU.), explica que el trauma puede alterar el funcionamiento adecuado de la amígdala, esta parte del cerebro que se encarga de procesar las emociones y el miedo; inclusive, puede afectar al funcionamiento de la corteza prefrontal, la cual se encarga de regularnos ante situaciones de riesgo o de estrés.
Por tanto, niños que han sufrido de algún abuso tienen una alteración en la función de la amígdala, y por tanto en respuestas emocionales que tienden a la ansiedad y reactividad. Desgraciadamente, estos rasgos ansiosos tienden a permanecer a lo largo de la vida del individuo si no presenta un tratamiento adecuado para esta asociación entre abuso, miedo y estilo de vida:
Lo esperable sería que al desarrollarse la región de la corteza prefrontal implicada en la regulación del miedo, la corteza infralímbica, los efectos del estrés temprano disminuyeran, cosa que no ocurre. […] Recibir cuidados en los primeros años de vida de forma desorganizada e imprevisible puede alterar la regulación emocional de forma permanente con independencia de los factores genéticos y ambientales.
El tratamiento para este tipo de casos permite que, a través de la alteración de estas asociaciones negativas, se restablezca el desarrollo óptimo tanto de la corteza infralímbica como de la prefrontal. Y así también se pueda regular tanto reacciones emocionales como conductas que afectan en las relaciones interpersonales (amistades o parejas inestables), la alimentación, las horas de sueño, el autocuidado, el bienestar en general, el autosabotaje, etcétera. La mejor manera de ayudar en este tipo de casos es brindando amor y apoyo constante, frecuente, predecible, seguro…
María José CA
Twitter de la autora: @deixismj